Hace 36 años que la chacra 93, en el barrio San Cayetano, tiene un comedor que más que un espacio de ayuda o donaciones, es un hogar en el que se criaron varias generaciones. Quien lo sostiene desde hace 21 años es Stella Maris García, que heredó la posta de su madre, Ángela, a quien debe el nombre el lugar hoy.
“Empezó mi mamá en los años 90, había mucha gente, mucha necesidad”, comenzó diciendo Stella Maris sin poder contener la emoción que le quebró la voz y le empujó algunas lágrimas.
“Empezó mi abuela como algo propio, esta construcción no existía nada, había una chapita de cartón”, continuó Lorena García, hija de Stella y recordó que el barrio se armó en su mayoría con los relocalizados de El Chaquito.
“Después ella contrajo cáncer de mama y mi mamá la empezó a suplir hasta hoy y yo también por eso estudio Trabajo Social. Es como una cadena de trabajo comunitario que venimos haciendo”, consideró Lorena.
Luego, el asma también se llevó al compañero de Stella y papá de Lorena, por lo que tarea comenzó a ser más ardua.
“Yo me quedé sola pero dije: ‘tengo que seguir y salir adelante por lo que le pasó a mi mamá’, porque ella no nos decía que tenía un dolor y que no iba a venir. Ella ya estaba toda dolida, y continuó. Decía que la gente no podía esperar, porque nunca sabemos cuánto necesita, puede aparentar que tiene todo pero no sabemos cómo vive y si no tiene nada en su casa”, explicó Stella sobre el compromiso que asumió.
Aunque algunos dirigentes o personas con contactos y recursos se sumaron a ayudar a este comedor, que forma parte de la red de comedores a las que asiste el Estado, la caja destinada a ellos es intermitente y el hambre no. Por eso Stella busca, emulando a su madre, la manera de no ceder nunca. Así, Doña Ángela no para, siempre busca abastecer a niños y adultos que llegan en busca de pan. Meriendas y almuerzos en comunidad eran habituales hasta que llegó el aislamiento y los protocolos. Desde ese momento la comida está igual, pero cada uno la retira para consumirla en su casa.
“Aprendí a cocinar con mi mamá y hago todo”, detalló sobre su variada carta con pasteles especiales, canelones, milanesas y mucho más. “A veces los chicos venían y no sabían lo que eran los canelones, le decían chipa”, relató Stella.
“Los chicos que venían al principio, hoy son todos padres y cuando la ven a mi mamá le dicen: ‘esa señora fue la que me dio un plato de comida cuando en mi casa no había’. Esa es una satisfacción enorme”, destacó Lorena al tiempo que lamentó que, muchas veces, la pobreza también se hereda.